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Vicent Manuel, Semáforo adaptado e interpretado por Amancio Prada

Esa chica que espera ahí enfrente
en el semáforo
¿quién será ?, ¿a dónde irá ?,
¿de dónde vendrá,
con el bolso en bandolera ?
Lleva un abrigo azul...

Guardará en ese bolso revuelto
pañuelos de papel,
un carnet de identidad
y el número de un anuncio
anotado en su agenda.
Parece frágil, cordial,
pero no sé nada de ella.

Pasa un furgón de policía,
suena una sirena de ambulancia.

Pudo ser la mujer de mi vida
si un día la hubiera
conocido en una fiesta,
en cierta ocasión...
Pero no sé nada de ella.
Hay un rumor de motores...

El semáforo en rojo y la chica
también me mira
¿Qué estará imaginando ?
¿Qué pensará de mí,
con aire ausente ? Tal vez
falta un amor en su vida.

Pasa un furgón de policía
suena una sirena de ambulancia.

Ya se ha puesto el semáforo verde,
la chica avanza
hacia mí, yo hacia ella :
los dos al cruzar
sonreímos un instante...
Y no la sé retener.

Al llegar cada cual a su acera
ya para siempre
nos habremos olvidado.
Breve ilusión
en la noche que se enciende.
Llevaba un abrigo azul...
Nunca más volveré a verla.

Pasa un furgón de policía,
suena una sirena de ambulancia.

Texto de Manuel Vicent adaptado e interpretado por Amancio Prada (1988).
Se puede escuchar en youtube.

Sigue el texto original de Manuel Vicent Publicado en El País. (1986)

“Esa chica de azul que espera ahí enfrente en el semáforo, ¿quién será ?, ¿de dónde vendrá ?, ¿adónde irá con el bolso en bandolera ? Parece vulgar. No sé nada de ella, aunque en otras circunstancias pudo haber sido quizá la mujer de mi vida. Por la calle, entre los dos, pasa un furgón de policía y el aire de la ciudad se rasga con sirenas de ambulancia. La chica será secretaria, enfermera, ama de casa, camarera o profesora. En el bolso llevará un lápiz de labios, un peine, pañuelos de papel, un bono de autobús, polvos para la nariz y una agenda con el teléfono de unos primos del pueblos, del algún amigo, de algún amante. ¿Cuántos amo res frustrados habrá tenido ? Los anuncios de bebidas se licuan en la chapa de los automóviles. Hay un rumor de motores. La alcantarrilla huele a flores negras. La joven me ,ve desde la otra acera y probable mente también estará pensando algo de mí. Creerá que soy agente de seguros, un tipo calvo, muy maduro, con esposa y tantos hijos o que tengo un negocio de peletería, un llavero en el bolsillo, un ignora do carné de identidad, una úlcera de estómago y 2.500 pesetas en la cartera. Se oyen violentos chirridos de caucho, la tarde ya ha prendido las cornisas. El semáforo aún está en rojo.Si esa mujer y yo nos hubiéramos conocido en cierta ocasión tal vez nos habríamos besado, ama do, casado, odiado, gritado, reconciliado e incluso separado. Lleva un abrigo azul. Parece un poco frágil y vulgar. No sé nada de ella. Desde el otro bordillo la chica también me observa. ¿Qué estará imaginando ? Que -soy un sujeto anodino, operado de apendicitis, con muchas letras de cambio firmadas para comprar un vídeo. Sin embargo, pude haber sido el hombre de su vida. Pude haberla lleva do a la sierra con una tortilla o a Benidorm con grandes toallas y un patito de goma. Finalmente huye el último coche y el semáforo se abre. Por el paso de peatones la chica avanza hacia mí y yo voy hacia ella. Los dos, al cruzarnos, sorbemos sesgadamente nuestro rostro anodino con una mirada y al llegar cada uno a la acera contraria ya para siempre nos hemos olvidado. En la ciudad se oyen sirenas de ambulancia ».